La conquista isleña del Nublo
Eso sí, la empresa tardaría casi 14 años en materializarse. Y gracias a auténticos especialistas, el ´comando´ de los Montañeros de la Falange Juvenil, casi contratado e importados del continente, formado por Emilio Feito, Santiago Heredero, Mario Tecglen, Carlos Panadero, Agustín Bardaji y Manuel Gómez se ´posa´ en lo alto el 31 de diciembre de 1946. Luego llegaría lo de Juan Suárez Herrera, el primer canario en hacer un solitario absoluto algo que en su momento, y aún hoy, fue de echar de comer aparte, logrando la marca el 30 de diciembre de 1953.
En estas fechas en Canarias prácticamente el montañismo era una verdadera majadería. Habla Rafael Marrero: "si te veían salir de tu casa con una mochila para irte a acampar con la sartén y un cacharro asomando te daban por loco". Y luego ya en el terreno llegaba el segundo inconveniente, un detalle cuanto menos desalentador: "Molestaba mucho cuando nos poníamos a subir paredes y llegaban espectadores, que eran los pastores y la gente del lugar, a chillarnos desde abajo que nos bajáramos de allí, que nos íbamos a riscar".
Esto ocurrió especialmente cuando ascendieron al Dedo de Dios, en Agaete, que por aquél entonces lucía entero hasta que la tormenta tropical Delta lo rebanó ante el estupor general en noviembre de 2005, según recuerda con chispa Marrero. La subida se realizó subidos unos a los hombros de los otros. De nuevo, fue Juan Suárez el que pisó altura: "el mas atrevido, pero también el que más conocimiento tenía".
Pero, para empezar a trepar por los abruptos acantilados de la isla interior se tenía que estar en muy buena forma. Marrero desde pequeño se convirtió en un nadador de entreno y competición y a los 14 años formó parte de la Centuria de Montañeros de Santiago. Todo ello compaginándolo con unos estudios que le llevarían con el tiempo a convertirse en todo un comandante de Ingenieros en el Ejército de Tierra con las maestrías de Mecánico y Electricista.
En esa prehistoria de la escalada en Gran Canaria evidentemente no existían ni los materiales propios de la disciplina. Y en este hecho se encuentra el meollo de esa primera cordada al Roque Nublo protagonizada por los isleños.
El campo de pruebas eran las verticales de Ayacata. "Empezamos con los planos inclinados, el rappel y luego a ascender con trepadores. Los terciadores los hacíamos de cuerda nosotros con el nudo prusik (descubierto por el doctor Karl Prusik en 1931 para escalar alturas difíciles) y con eso subíamos uno y otro".
Hasta que comenzaron a ver de reojo el Roque Nublo, agrupados en una decena de intrépidos que se dio en llamar la Peña del Bohío. La preparación duró años, recuerda Marrero. Eran visitas de todo un fin de semana en aquella Cumbre desolada, casi desértica, de mitad del siglo pasado para estudiar cada recodo, cada hueco, cada paso, y calcular el material casi centímetro a centímetro para no quedar ni a medias subiendo, ni colgados descendiendo.
Tras algunos cálculos a ojo de buen cubero recurrieron a un viejo taller de Antonio Puga, que se encontraba en la calle Diderot. Era este un taller para reparar motores eléctricos que disponía de una fragua para forjar el hierro.
Marrero, después de dejarse rogar, admite que era un manitas, "pero no el jefe ni nada. Lo hacíamos a ver cómo sale. Y empezamos con una anillas que rematábamos con verguilla, eso sí, verguilla buena, galvanizada".
De esa forja salían también los antiguos buriles, que ya hoy no se utilizan por su alta inseguridad, y que son unas chapas que se afianzaban con unas clavijas a taladro. También se hicieron éste, de tres canales, y "con un pico con una especie de broca para poder golpear". El catálogo de herrajes caseros lo completan los mosquetones, con su resorte incluido, y una suerte de marrón de proporciones manejables en altura, de tal forma que no sabe lo que tiene más mérito, si la fábrica o el ascenso.
Una vez los chismes era el momento de las cuerdas. Unos buenos cabos de 80 ó 90 metros de altura tendría en la época un precio prohibitivo, si se conseguían en plaza. Y Marrero y compañía guardaban otros recursos, por asombrosos que estos fueran.
"La verdad es que íbamos mendigando por todas partes", ríe Marrero. Y estas partes incluían el mar si se terciaba. "Un cuñado mío", recuerda, "era capitán de un buque nodriza alemán para aprovisionar submarinos refugiado en el puerto". Un barco que de postre protagonizó un peculiar incidente cuando los servicios secretos franceses e ingleses, según el historiador y profesor en la ULPGC, Juan José Díaz Benítez, experto en la II Guerra Mundial, intentaron hundirlo en La Luz el 9 de mayo de 1940 colocándole unas bombas magnéticas en el casco.
"El barco se llamaba Corrientes, y de ahí conseguimos un cáñamo especial con el que hicimos el saco de cuerdas. Ese material lo deshilachamos en la antigua parte baja de la montaña de Arenales, donde había una fábrica de ladrillos, algo más arriba de la actual plaza del Mercado Central, un lugar donde se trenzaban las cuerdas de las redes de pesca. Juan Suárez enlazó ellos y les explicó que necesitábamos un tipo de cuerda muy especial, que si de esta especie, con una piña de torsión era muy determinada, y aquella gente nos dijo que la hiciéramos nosotros cuando ellos se fueran". Y la hicieron. Con una máquina a manivela torcierdo "y aprovechando aquello".
Tardaron más de un año en disponer del aparataje hasta que en los primeros días de 1954, Marrero no recuerda exactamente cuándo, arramblan con 60 metros de cuerdas y dos pesadísimas mochilas de herrajes hacia la presa de Los Hornos. Eran Rafael, German, Andrés, y Juan, junto con Amelisse y Ferdinande Herrmann, esposas de los dos primeros.
"Fue muy fatigoso", sentencia. "Había que subir desde la presa de Los Hornos todo el material y en la ascensión ya al Roque Nublo gastamos muchas horas en martillear, con aquél atalaje, con aquél budriel (un antiguo e incómodo arnés de cuerdas) dando martillazos colgados a 96 metros de altura. Bajando y subiendo. Los brazos terminaban muertos, y teníamos que jalearnos para llegar arriba."
Después de unas siete horas, a las dos de la tarde hicieron cima. Llevaban cemento e hicieron la mezcla para encastrar un buzón donde depositar la estafeta de aquella y las siguientes ascensiones que estaban por llegar, y que no tardarían ni un solo día en hacerlo. Nada más bajar prepararon la segunda, para subir a Amelisse y Ferdinande. De todos ellos solo queda Marrero para da fe, en una de las escaladas de la que menos se supo. "Subimos por la satisfacción personal, no para buscar una marca. Aquello pasó totalmente desapercibido, pero nosotros hicimos nuestra pequeña fiesta arriba, en unos pocos metros cuadrados por combatir a la naturaleza tras años de empeño y trabajo".