CANARIAS AHORA
Cumple Las Palmas de Gran Canaria, en este día 24 de junio, 534 años de su fundación. Es todo un motivo de alegría para esta ciudad, enclavada en los abisales del Océano Atlántico, que tan primordial fuera en el Descubrimiento del Nuevo Mundo. Si bien, no podemos celebrarlo con el gozo requerido, ante tanta tristeza por las carencias laborales y otros sinsabores que nos afligen, derivado en tantas penurias económicas, que oprimen la vida lozana de tantas gentes de nuestra ciudad e islas.
Ya conquistadas Lanzarote y Fuerteventura, hubo un intento anterior para la programada invasión de la isla de Gran Canaria, por el normando Juan de Bethencourt, entre 1402 y 1404, fue impedida ésta por la aguerrida resistencia de los nativos de la ínsula. Para un posterior asedio de la Gran Canaria, sería nombrado en una nueva tentativa, por la reina Isabel de Castilla, el capitán Juan Rejón, experto en el oficio de las armas y avezado navegante. Para tal empeño conquistador, zarpó del puerto de Santa María, en Cádiz, el 23 de mayo de 1478. En la expedición conquistadora se pertrecharía con la compañía de 600 soldados y 30 de caballería. Después de un mes de ardua travesía marina, fondearon las naves en el refugio natural de Las Isletas. Bajaron a tierra para otear el litoral y los aledaños. Justo en el valle del Guiniguada, con frondosa vegetación (dragos, palmeras, higueras, etc.); agua potable en el barranco; y un terreno llano, apropiado para la seguridad, contra los ataques de los aborígenes grancanarios. Además de próximo a las carabelas ancladas en la ensenada. También intervino Fernán Guerra –según el historiador Rumeu de Armas–, que venía en otra misión conquistadora de la isla, partiendo el 10 de junio de 1478 del mismo puerto de Santa María, enviado por el propio rey Fernando el Católico (habiendo mantenido con el monarca varias audiencias, para la invasión inmediata de Gran Canaria). Aquél sería partícipe asimismo, junto al aborigen Juan de Telde, los que habían encontrado aquel lugar como más idóneo y embrión originario de la futura metrópoli.
Este afortunado emplazamiento de las tropas castellanas en la isla y en el lugar indicado, germen para la fundación de la ciudad Villa del Real de Las Palmas (como primigeniamente fuera bautizada la ciudad, donde se consolida hoy Vegueta), no les iba a ser tan cómodo y gratuito. Tuvieron que sufrir y defenderse de varias batallas con los feraces aborígenes, que se negaban a que se usurpara su tierra tan vilmente, por lo invasores extranjeros. Los autóctonos, briosos y expertos en batallas y emboscadas, fueron doblegados después de tantas reyertas, por los guerreros soldados castellanos, con sus modernas armas de fuego y sus eficaces estrategias militares. Los aborígenes vivían aún en el ‘neolítico’, en cuanto a sus modos guerreros y culturas de vida; los castellanos gozaban ya de la Era Moderna y de todas sus ventajas de progreso. Todo acabó en la batalla de Guiniguada. La isla fue conquistada por los castellanos, habiendo ganado diversas contiendas a los aborígenes en toda la isla, especialmente con la claudicación del Guanarteme de Agaldar. La última hazaña de los valerosos patriotas isleños, sería en la zona de La Fortaleza (hoy Santa Lucía), prefiriendo despeñarse por los riscos de Ansiste, al grito de ¡Atis Tirma¡, antes que humillados por los invasores de su tierra nativa, a su cultura como pueblo independiente y a ser esclavizados. Quedó la isla de Gran Canaria, abdicada a la Corona de Castilla el 29 de abril de 1483, después de cinco años de guerrillas contra los ocupantes castellanos.
El conquistador Juan Rejón, devoto de Santa Ana, que después de montado el primer refugio-campamento, a la izquierda del riachuelo Guiniguada, dio orden para que se instalase el primer templo, para la advocación a la citada virgen. Su objeto era animar a la soldadesca y cumplir los preceptos religiosos, en aquella inhóspita soledad de la isla, aún virgen de población y caseríos. Fue ubicado este templo en el mismo lugar donde se encuentra la ermita de San Antonio Abad. Pocos años después, y próximo a ésta, se comienza la construcción de la primera Catedral (que para tal fin se trasladó desde Sevilla el arquitecto, Diego Alonso Montade), por consejo monárquico castellano, otorgada por bula del Papa Inocencio VII, con el objeto de cristianizar a los canarios, y nombrase prelado. Tuvo como primer Obispo a Juan de Frías, trasladando la matriz eclesiástica desde el Rubicón, en Lanzarote. Continuó con el mismo nombre de Santa Ana y fue la primera Catedral construida por la Iglesia fuera del territorio europeo.
La Villa del Real de Las Palmas sería la primera fundación de una metrópoli por la Corona de Castilla en el Atlántico, en el año 1478. Fue la primitiva ciudad fundada mediante cédula Real, firmada durante el reinado de Isabel La Católica, allende sus fronteras territoriales peninsulares. La pequeña urbe se fue dotando de las instituciones oficiales precisas, para encarnar a la realeza castellana en el orden administrativo. En 1494 -ya descubierto el Nuevo Mundo-, los Reyes Católicos conceden a la ciudad un fuero para su organización político y administrativa: Ayuntamiento, Gobernador, Obispado, Tribunal del Santo Oficio, Real Audiencia de Cuentas, Gobierno Civil y Militar de Canarias. Y cuenta con la Plaza Mayor más antigua de España (según investigación de Alfredo Herrera Piqué), construida a principios del XVI, de índole oficialista, integrándose en ella todos los poderes civiles y religiosos. Dicha Plaza sería modelo para todo el territorio peninsular y de las nuevas, construidas en América, existiendo varias en similitud estructural y de funciones cívicas.
La Villa Real de Las Palmas, fue sin proponérselo y por su estratégica ubicación, testigo directo y partícipe en el Descubrimiento del Nuevo Mundo. Hizo escala en el refugio marítimo de La Isleta, el Almirante Cristóbal Colón (quien ya debía haber conocido las islas en sus viajes de cabotajes de marino en Portugal), en tres de los cuatro viajes que realizó el navegante a América. En los documentos manuscritos por el propio genovés, deja constancia en sus “Cartas del Descubrimiento”, de sus escalas en la isla de Gran Canaria. En primer viaje, camino de las Indias, relata su escala por la avería que sufriera la nao La Pinta, siendo reparada en la isla por los carpinteros y herreros establecidos en la isla. Construyendo un nuevo timón e hizo cambiar la vela latina de La Niña, por otra redonda. Reparadas, zarparían las tres naos de Gran Canaria el día 1 de septiembre, rumbo al Descubrimiento.
La isla y la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, participó asimismo en el Descubrimiento, por ser base logística de fondeo y reparaciones; penúltima tierra de ultramar de la Corona española (pasando por la Gomera, hasta el día 5 de septiembre). Ser la travesía apropiada por los vientos alisios del norte y las corrientes marinas que les impulsarían en la singladura; avituallas y sobre todo con la aportación agrícola de plantones y esquejes de cañas de azúcar para ser replantados en las Antillas. Con gran éxito, hasta ahora en cultivo y boyante economía, especialmente en el Caribe, llevada por los descubridores en las naos, en uno de los viajes de 1493. Los plantones de plataneras fueron igualmente embarcados a las nuevas tierras descubiertas, en viajes posteriores, en 1520, que procedían del convento de San Francisco de Asís de nuestra ciudad laspalmense. La tradición e historia colombina de esta urbe atlántica, está jalonada con el áurea de haber tenido en la misma a Cristóbal Colón y sus viajes a las Indias.
Nuestra capital fue también la primera ciudad portuaria fundada por la Corona en ultramar, y enlace clave entre los tres continentes, Australia y Extremo Oriente. Esta bahía de Las Isletas, por sus condiciones naturales, es la rada más sobresaliente del archipiélago, siendo una de las más apropiadas y seguras para el fondeadero de los buques en sus aguas, teniendo una excelente calidad en sus fondos marinos, que forman una larga plataforma arenosa. Se extiende desde La Isleta hasta San Cristóbal. Azocado este puerto natural al amparo de los vientos alisios del noreste y de las corrientes norteñas, aunque sean anómalas en fuertes temporales. La salida a mar abierto de los barcos, queda totalmente resguardada sin el menor peligro de zozobra o choque contra el malecón. Los fondeaderos de esta agraciada dársena lo constituyen, llamados de antiguo,: Puerto de La Luz, Comedurías, Marisco, Plátano y La Laja.
Este litoral portuario es dádiva de la naturaleza, y desde antes de sus albores como zona de abrigo marítimo, ha sido fundamental y el bastión imprescindible, para el desarrollo de Las Palmas de Gran Canaria y del resto archipielágico. Fue construido su primer espigón en 1883, por los auspicios del prócer grancanario Fernando León y Castillo, ocupando la certera de ministro de Fomento, e hizo las primeras labores de ingeniería portuaria, su hermano Juan. Aún hoy, se perpetúa con las gran importancia portuaria que disfruta, y continúa expansionándose en sus dársenas hacia el norte de la misma Isleta, con el nuevo Esfinge; e internamente en sus remozados diques y estructuras, para adaptarse a las nuevas exigencias de atraques, cargas y descargas en el moderno tráfico de buques.
Este afortunado emplazamiento de las tropas castellanas en la isla y en el lugar indicado, germen para la fundación de la ciudad Villa del Real de Las Palmas (como primigeniamente fuera bautizada la ciudad, donde se consolida hoy Vegueta), no les iba a ser tan cómodo y gratuito. Tuvieron que sufrir y defenderse de varias batallas con los feraces aborígenes, que se negaban a que se usurpara su tierra tan vilmente, por lo invasores extranjeros. Los autóctonos, briosos y expertos en batallas y emboscadas, fueron doblegados después de tantas reyertas, por los guerreros soldados castellanos, con sus modernas armas de fuego y sus eficaces estrategias militares. Los aborígenes vivían aún en el ‘neolítico’, en cuanto a sus modos guerreros y culturas de vida; los castellanos gozaban ya de la Era Moderna y de todas sus ventajas de progreso. Todo acabó en la batalla de Guiniguada. La isla fue conquistada por los castellanos, habiendo ganado diversas contiendas a los aborígenes en toda la isla, especialmente con la claudicación del Guanarteme de Agaldar. La última hazaña de los valerosos patriotas isleños, sería en la zona de La Fortaleza (hoy Santa Lucía), prefiriendo despeñarse por los riscos de Ansiste, al grito de ¡Atis Tirma¡, antes que humillados por los invasores de su tierra nativa, a su cultura como pueblo independiente y a ser esclavizados. Quedó la isla de Gran Canaria, abdicada a la Corona de Castilla el 29 de abril de 1483, después de cinco años de guerrillas contra los ocupantes castellanos.
El conquistador Juan Rejón, devoto de Santa Ana, que después de montado el primer refugio-campamento, a la izquierda del riachuelo Guiniguada, dio orden para que se instalase el primer templo, para la advocación a la citada virgen. Su objeto era animar a la soldadesca y cumplir los preceptos religiosos, en aquella inhóspita soledad de la isla, aún virgen de población y caseríos. Fue ubicado este templo en el mismo lugar donde se encuentra la ermita de San Antonio Abad. Pocos años después, y próximo a ésta, se comienza la construcción de la primera Catedral (que para tal fin se trasladó desde Sevilla el arquitecto, Diego Alonso Montade), por consejo monárquico castellano, otorgada por bula del Papa Inocencio VII, con el objeto de cristianizar a los canarios, y nombrase prelado. Tuvo como primer Obispo a Juan de Frías, trasladando la matriz eclesiástica desde el Rubicón, en Lanzarote. Continuó con el mismo nombre de Santa Ana y fue la primera Catedral construida por la Iglesia fuera del territorio europeo.
La Villa del Real de Las Palmas sería la primera fundación de una metrópoli por la Corona de Castilla en el Atlántico, en el año 1478. Fue la primitiva ciudad fundada mediante cédula Real, firmada durante el reinado de Isabel La Católica, allende sus fronteras territoriales peninsulares. La pequeña urbe se fue dotando de las instituciones oficiales precisas, para encarnar a la realeza castellana en el orden administrativo. En 1494 -ya descubierto el Nuevo Mundo-, los Reyes Católicos conceden a la ciudad un fuero para su organización político y administrativa: Ayuntamiento, Gobernador, Obispado, Tribunal del Santo Oficio, Real Audiencia de Cuentas, Gobierno Civil y Militar de Canarias. Y cuenta con la Plaza Mayor más antigua de España (según investigación de Alfredo Herrera Piqué), construida a principios del XVI, de índole oficialista, integrándose en ella todos los poderes civiles y religiosos. Dicha Plaza sería modelo para todo el territorio peninsular y de las nuevas, construidas en América, existiendo varias en similitud estructural y de funciones cívicas.
La Villa Real de Las Palmas, fue sin proponérselo y por su estratégica ubicación, testigo directo y partícipe en el Descubrimiento del Nuevo Mundo. Hizo escala en el refugio marítimo de La Isleta, el Almirante Cristóbal Colón (quien ya debía haber conocido las islas en sus viajes de cabotajes de marino en Portugal), en tres de los cuatro viajes que realizó el navegante a América. En los documentos manuscritos por el propio genovés, deja constancia en sus “Cartas del Descubrimiento”, de sus escalas en la isla de Gran Canaria. En primer viaje, camino de las Indias, relata su escala por la avería que sufriera la nao La Pinta, siendo reparada en la isla por los carpinteros y herreros establecidos en la isla. Construyendo un nuevo timón e hizo cambiar la vela latina de La Niña, por otra redonda. Reparadas, zarparían las tres naos de Gran Canaria el día 1 de septiembre, rumbo al Descubrimiento.
La isla y la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, participó asimismo en el Descubrimiento, por ser base logística de fondeo y reparaciones; penúltima tierra de ultramar de la Corona española (pasando por la Gomera, hasta el día 5 de septiembre). Ser la travesía apropiada por los vientos alisios del norte y las corrientes marinas que les impulsarían en la singladura; avituallas y sobre todo con la aportación agrícola de plantones y esquejes de cañas de azúcar para ser replantados en las Antillas. Con gran éxito, hasta ahora en cultivo y boyante economía, especialmente en el Caribe, llevada por los descubridores en las naos, en uno de los viajes de 1493. Los plantones de plataneras fueron igualmente embarcados a las nuevas tierras descubiertas, en viajes posteriores, en 1520, que procedían del convento de San Francisco de Asís de nuestra ciudad laspalmense. La tradición e historia colombina de esta urbe atlántica, está jalonada con el áurea de haber tenido en la misma a Cristóbal Colón y sus viajes a las Indias.
Nuestra capital fue también la primera ciudad portuaria fundada por la Corona en ultramar, y enlace clave entre los tres continentes, Australia y Extremo Oriente. Esta bahía de Las Isletas, por sus condiciones naturales, es la rada más sobresaliente del archipiélago, siendo una de las más apropiadas y seguras para el fondeadero de los buques en sus aguas, teniendo una excelente calidad en sus fondos marinos, que forman una larga plataforma arenosa. Se extiende desde La Isleta hasta San Cristóbal. Azocado este puerto natural al amparo de los vientos alisios del noreste y de las corrientes norteñas, aunque sean anómalas en fuertes temporales. La salida a mar abierto de los barcos, queda totalmente resguardada sin el menor peligro de zozobra o choque contra el malecón. Los fondeaderos de esta agraciada dársena lo constituyen, llamados de antiguo,: Puerto de La Luz, Comedurías, Marisco, Plátano y La Laja.
Este litoral portuario es dádiva de la naturaleza, y desde antes de sus albores como zona de abrigo marítimo, ha sido fundamental y el bastión imprescindible, para el desarrollo de Las Palmas de Gran Canaria y del resto archipielágico. Fue construido su primer espigón en 1883, por los auspicios del prócer grancanario Fernando León y Castillo, ocupando la certera de ministro de Fomento, e hizo las primeras labores de ingeniería portuaria, su hermano Juan. Aún hoy, se perpetúa con las gran importancia portuaria que disfruta, y continúa expansionándose en sus dársenas hacia el norte de la misma Isleta, con el nuevo Esfinge; e internamente en sus remozados diques y estructuras, para adaptarse a las nuevas exigencias de atraques, cargas y descargas en el moderno tráfico de buques.
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